29 de noviembre de 2014

Nunca más


Amalia miró a su alrededor desconcertada, se apartó hacía atrás el cabello que caía desordenado alrededor de su cara, suspiró y esbozó una mueca de desesperación. Contempló sus manos manchadas aún de sangre y sus ojos intentaron enfocarse en la realidad, no conseguía volver del pozo de angustia en el que estaba sumergida.

-          ¡Dios mío que he hecho!

Volvió a observar a su alrededor y allí, caído al lado del sofá, estaba él. Amalia miró al hombre conocido, el hombre con el que había compartido amores y terrores, con un suspiro volvió a examinar sus manos. No entendía qué había pasado, pero lo cierto es que esta vez era él el que yacía en el suelo, inmóvil  y no ella, como siempre.
-          Parece dormido, casi como si fuera un chiquillo… vuelve a ser él.
Su corazón se encogió al vislumbrar en el hombre caído, a aquel que la había enamorado, al padre de sus hijos.

Amalia asustada, horrorizada por lo que había hecho, recordaba los comentarios morbosos en la televisión, que una y otra vez se repetían, sobre la violencia doméstica. Con una mueca irónica se preguntó qué dirían de ella. ¿Enajenación mental transitoria? ¿Defensa propia? ¿Peleas y maltratos conyugales? Odiaba saber que estaría en boca de todo el mundo, pero no había ninguna posibilidad de cambiar lo que había hecho, había matado a su marido. No conseguía entender por qué hoy había sido diferente, por qué hoy no había permanecido encogida intentando sobrellevar los golpes, sin ruido para que los niños no la oyeran-como decía la canción-, no podía entender qué era lo que hoy había hecho que fuera distinto.

Era una noche más de las de siempre. Juan había salido de fiesta con sus amigos, Pedro y Lolo, ¡cómo los odiaba! Creía que ellos eran los culpables de todo lo que hacía Juan, primero en los bares y luego con ella.
Se engañaba.

Juan había salido de casa con prisa, casi sin mirarlos, como si lo molestaran. Amalia en la cocina, recogiendo los cacharros de la cena, se había encogido al oír el golpe de la puerta de la calle. En una muda súplica, alzó los ojos al cielo. “Espero que hoy no beba demasiado”.
Sabía lo que pasaría cuando él volviese. Juanín, su hijo había corrido a abrazarla, como si hubiera olido su miedo. Amalia acarició el cabello de su hijo, se agachó a su lado y lo besó en la mejilla.
-          Anda hijo ve a poner una película que, María, tu y yo, nos sentaremos a verla.
 El niño miró a su madre, sus ojos fijos en los de ella y sin palabras se comunicaron su miedo. 
A Amalia le había parecido una buena idea la de sentarse los tres juntos, intentando olvidar el terror, intentando, desesperadamente, esquivar la tensión que los embargaba cuando oían el ascensor subiendo, los sobresaltos al oír una puerta,  la que fuera! 
Poquito a poco, se habían ido relajando, casi olvidando que Juan iba a volver. La película, una comedia ligera, había conseguido arrancarles carcajadas, quizá un poco excesivas, producto de la tensión que siempre había en esa casa.
Amalia abrazada a sus hijos intentaba no pensar en las humillaciones, en los golpes, en los desprecios continuos que sufría, acariciaba a sus hijos y pensaba en cómo los quería.

De repente, mucho más pronto de lo que era habitual, se había abierto la puerta de la calle. Los cogió de sorpresa, desprevenidos y sus carcajadas se helaron en las bocas. La tensión agarrada a sus columnas, casi sin atreverse a respirar. Amalia recibió con miedo la mirada desenfocada de Juan, su rabia al verlos reír. Era evidente que no había tenido suerte con las cartas y que venía borracho. Esta vez sus risas lo habían sacado de quicio y había encontrado culpables a quien castigar.

Amalia, de un salto se levantó del sofá y empujó a sus hijos, con urgencia, hacía la habitación. Casi sin tiempo, recibió la primera andanada de insultos y golpes. Juanín empezó a llorar, al tiempo que María suplicaba a su padre que no pegara a mamá. Juan los ignoró y volvió a insultarla a ella y a sus hijos. Amalia obligó a los niños a entrar en la habitación, no estaban seguros, cerró la puerta y se enfrentó con aquel desconocido enfurecido. Algo en su actitud, distinta, quizá menos asustada, menos resignada, quizá dispuesta a luchar… hizo que el hombre por un momento se desconcertara. Solo fue un segundo, inmediatamente empezó a escupir insultos cobardes y palabras hirientes y despreciativas, al tiempo que la iba arrinconando en una esquina mientras la cogía del cabello arrancando gritos sofocados de dolor.
Amalia, siempre en silencio, se revolvió, no sabía que le pasaba pero no podía seguir aguantando aquel infierno. ¡Basta!, había decido que aquello no podía seguir. Ya no amaba a aquel maldito cabrón en que se convertía Juan. Ya no podía aguantar ni un golpe más, ni un insulto ni un reniego sobre sus hijos. Hoy estaba dispuesta a morir peleando, ni una patada ni un puñetazo más.
Sus manos se deslizaron angustiadas, casi sin fuerza, sobre el mueble en el que intentaba protegerse de los golpes de él. Temblorosa, buscando algo para defenderse, jadeando de angustia, y de repente, allí estaba, la  horrorosa figura de mármol de Carrara que les había traído Susana, la hermana de Juan, de un viaje. Sus manos asieron la figura, intentó sujetarla con fuerza y mientras él apretaba sus ásperas garras en su cuello. Ella alzó la figura y sin pensar, la dejó caer con todas sus fuerzas sobre el cráneo de él. Fue inmediato, el ruido ensordecedor le hizo pensar que algo había explotado. Los ojos nublados de Juan mirándola, la fuerza de sus manos desvaneciéndose, la libre circulación de aire de nuevo en su garganta haciéndola toser y la sangre que empezaba a caer. Juan la soltó y se llevó las manos a su cabeza. La miró desconcertado, cada vez había más sangre, cayó de rodillas mientras la vida se le escapaba por las heridas causadas. Balbuceaba asustado, olvidada toda su bravura, dándose cuenta de que se iba, de que se estaba muriendo, boqueaba como un pez asustado sin oxígeno. Por un momento, pareció volver de entre las brumas etílicas y miró a su mujer que no hacía nada para ayudarlo. Esbozo una mueca, se diría que casi con remordimiento y aceptación, al tiempo que susurraba: ¡lo siento Amalia, cuanto lo siento!

Cayó como un fardo. Todo estirado tan largo como era, justo al lado del sofá, ahora manchado por su sangre. Amalia miró sus manos también rojas de la sangre de él, observó la figura que aún estaba en sus manos y con un quejido la dejó caer.
-¡Dios mío qué he hecho!
 Cerró los ojos, aspiró aire y ahora sí, con una última mirada al muerto, se dirigió al teléfono para avisar a la policía. Mientras los esperaba, se limpió las manos, esbozo un gesto que quería ser tranquilizador y entró en la habitación con sus hijos.
                                                                                               
                                                                                                           
                                                                                                           Conxita
                                                                                                           
                                                                                                                                                            Safe Creative: 1411292619297
                                                                                                                     foto Unsplash by Volkan Olmez

8 comentarios :

  1. Me ha gustado mucho, muy real , lleno de violencia y tensión. Provocas mucho rechazo y desasosiego. Escribir sobre estas situaciones que ocurren a diario es necesario, que sirva de denuncia.
    Yolanda

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  2. Quería describir justo esas sensaciones.

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  3. Un relato que magnífico que te hace sufrir un poco con Amalia. Un buen día para leerlo.

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    1. Muchas gracias Púrpura por tu comentario.
      Espero haber podido transmitir la angustia y desesperación de Amalia y el por qué hace lo que hace.
      Desgraciadamente muchas Amalias siguen sufriendo en silencio.
      Aunque fuera ayer, feliz día de la mujer.
      Saluditos

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  4. Fa temps que segueixo el teu blog i moltes vegades he volgut deixar-te un comentari però no m'he arribat a atrevir mai. Només volia dir-te que trobo els teus relats molt emocionants i interessants. Espero amb ànsies els pròxims.
    Un petó,
    Irene

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    Respuestas
    1. Moltes gràcies Irene per les teves paraules, per mi és un plaer que el segueixis i que t'agradin les histories que explico.

      M'encanta escriure, però sobre tot m'agrada saber les vostres opinions. Com deia en un apartat de la presentació del meu blog, als "escritors", també als que comencen i estem aprenent (entre els que m'incloc) el que més ens agrada es saber què penseu dels nostres relats, compartir opinions, que ens digueu això que són emocionants, interessants...això, a mi em fa feliç.

      Moltisimes gràcies i espero, sempre que et vinguin de gust, els teus comentaris, atreveix-te...és un gran plaer, i són molt ben rebuts. Clar que si!

      Un petonàs


      Muchas gracias Irene por tus palabras, para mi es un placer que sigas y que te gusten las historias que explico.
      Me encanta escribir, pero sobre todo me gusta saber vuestras opiniones. Como decía en un apartado de la presentación de mi blog, a los "escritores", incluso a los que empiezan y están aprendiendo (entre los que me incluyo) lo que más nos gusta es saber que pensáis de nuestros relatos, compartir opiniones, que nos digáis si son emocionantes o interesantes, esto a mi me hace feliz.

      Muchísimas gracias y espero, siempre que te apetezca, tus comentarios, atrevete, és un gran placer y son muy bien recibidos. ¡¡Segurísimo!!

      Un beso

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  5. Normalmente no comento este tipo de textos porque se ciñen a estereotipos y porque generalizan de una manera demasiado injusta. Pero te voy conociendo y no me das la impresión de llevarlo por ese lado.

    Los maltratadores son unos hijos de puta, así de claro, eso lo primero.

    Respecto al relato, has descrito tan bien algunas escenas y sensaciones que sólo espero que no hayas tenido que pasar por ello, a mí me trae recuerdos difíciles, aunque no son para sacar conclusiones.

    Un abrazo. O besos, como dices tú ;-)

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Mil gracias por tu comentario.
Conxita

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