29 de octubre de 2017

Cuestión de ética 2




Ir a la 1a parte

No pude evitar sentir pena y una enorme decepción por la cobardía de Gustavo. Se me acumulaban las preguntas.

Recordaba a Julián y el desprecio que me provocaba. Me asqueaba su manera de mirar  casi desnudándote y la voracidad y rabia que intuías llevaba dentro. 

Me levanté acercándome a la cocina, cogí mi móvil y por un momento pensé en llamar a Gustavo pero lo descarte, estaba demasiado cabreada con él y no quería arrepentirme de mis palabras. Cogí las llaves del coche y conduje durante más de media hora.

La casona era la cabaña en el monte que tenía Gustavo, una vieja cabaña herencia de sus padres a la que en alguna ocasión habíamos ido con los de la asociación. No había nada demasiado cerca, el pueblo más cercano estaba a diez minutos. Yo no era miedosa pero no le había dicho a nadie que me acercaba hasta allí, así que a toda prisa escribí un mensaje a mi amiga Mariola.

Estoy en la casona de Gustavo. Luego te cuento.

Enviar el mensaje me tranquilizó. ¡Ay mamá, cada vez nos parecemos más! Bajé del coche y me acerqué hasta la puerta de madera. Me costó un rato encontrar la maceta en la que guardaba la llave. Estaba sudando antes de entrar aunque ya no sé si era por el esfuerzo o de preocupación.

20 de octubre de 2017

Cuestión de ética



Querida Paloma.
Me duele saber que te defraudaré y te pido perdón por ello pero no puedo cambiar ni lo que pasó ni lo que fui.
Aquella extraña carta llegó a mis manos en uno de esos días en los que todo me salía mal. Mi despertador no sonó y salí de casa con más de media hora de retraso, sin coger el paraguas y mientras se me escapaba el autobús, el cielo decidió abrirse. Después algunos dirían que fueron escasos minutos y un chaparrón de verano pero yo llegué a la oficina como recién salida de la piscina. Después, mi día tampoco mejoró porque cuando un día empieza del revés, ya se sabe que cuesta enderezarlo.

7 de octubre de 2017

Apariencias


Se echó una última ojeada. 

«Perfecto»

Sonrió. Le encantaba su vida. El móvil vibró y sin necesidad de mirar supo que era su socio. 

Salió de la habitación.

Su colega ya lo tenía todo preparado, solo quedaba conectar su ordenador. Carlos era un torbellino de actividad que apenas dormía. Incansable, aunque tampoco él dedicaba muchas horas al descanso.

«Había tanto por hacer».

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